Now Reading
Awake

Awake

Kali Fajardo-Anstine
Combination of Cecilia Vicuña’s “Amaranta” (1972) and photo by Ankhesenamun

My grandmother once told me I was sleeping my life away. I was soon to be a junior in high school. We stood in her yard about the city’s long lined summer sun. I could hear the rattling of my grandmother’s antique telephone inside the house. It had a rotary, a dial of numbers. It rang and rang. I once tried unplugging it, but I couldn’t find its wall, no end to the cord. 

“One day you’ll realize how much time you’ve wasted living in your dreams,” she said as we pried yellow dandelions from her square yard on Denver’s west side. She was fit for a woman of any age, but especially for a woman in her late seventies. She was spry. Swift. Her pile of dandelions wilted. She had a well-lined face beneath a canvas hat and the skin of her elbows dolloped and grouped as she worked the weeds. 

“When you sleep your life away,” she continued, pointing at me with her garden gloved pinky, “you miss the world, you go someplace else.” She cautiously stood from the earth, slightly bent her back and removed her grass-stained gloves and canvas hat. She kept these things dangling around her, the hat with strings, the gloves tucked into her back pocket. 

“Why don’t you want to be awake?” She asked. 

“What?” 

“Awake,” she said. “You don’t seem to have much interest in this place.” 

“But I’m awake right now, Grandma.” I said, my expression narrowing. 

“Hardly,” she stated, and turned away from me, heading inside her dusty blue house, the screen door appearing to ripple and bend as she walked behind it.


Despierta

por Kali Fajardo Anstine ~ Traducción de Kianny N. Antigua

Mi abuela una vez me dijo que se me estaba yendo la vida dormida. Pronto estaría en tercero de bachillerato. Nos paramos en su patio junto al largo sol de verano de la ciudad. Podía escuchar el traqueteo del teléfono antiguo de mi abuela que estaba dentro de la casa. Tenía un dial rotativo, un disco de marcar. Sonaba y sonaba. Una vez intenté desenchufarlo, pero no pude encontrar su pared, el cable no tenía fin.

“Un día te darás cuenta de cuánto tiempo has perdido viviendo en tus sueños”, dijo mientras arrancábamos dientes de león amarillos en su patio cuadrado, en la parte oeste de Denver. Ella estaba en forma para una mujer de cualquier edad, pero en especial para una mujer de setenta y tantos años. Era vivaz. Veloz. Su montoncito de dientes de león se marchitó. Tenía la cara arrugada debajo de un sombrero de lona y la piel de los codos se le ensanchaba y se le encogía mientras trabajaba en la maleza.

“Cuando duermes toda tu vida”, continuó, señalándome con su meñique enguantado, “el mundo se te escapa, vas a otro lugar”. Con cautela se levantó del suelo, inclinó ligeramente la espalda y se quitó los guantes manchados de hierba y el sombrero de lona. Mantenía esas cosas colgando a su alrededor, el sombrero con tiritas, los guantes metidos en su bolsillo trasero.

—¿Por qué no quieres estar despierta? —, preguntó.

—¿Qué?

—Despierta—, dijo. —No pareces tener mucho interés en este lugar.

—Pero estoy despierta ahora mismo, abuela—, dije, mi expresión achicándose.
—Difícilmente—, apuntó, y se alejó de mí, dirigiéndose al interior de su polvorienta casa azul, la puerta metálica parecía ondular y doblarse mientras ella caminaba dejándola detrás.


This piece is from our Winter 2021-2022 in-residency series, The Amaranta Project.

View Comment (1)

Comments are closed

"
Scroll To Top