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Esto no puede ser nomás que una canción (excerpt from Rhyme and Reason)

Esto no puede ser nomás que una canción (excerpt from Rhyme and Reason)

Hay una canción que traigo en la mente y no puedo olvidar. A veces el tiempo se me va escuchándola y me imagino que yo la compuse. Me pasa con muchas canciones, pero me pasa más con ésta porque así sucede cuando quieres hacer algo para alguien y dices, piensas, esto no puede ser nomás una canción o una carta o un cuadro o un poema o una estatua o un puente muy bonito; quisieras fuera una declaración de amor romántica sin reparar en formas tales. Me pasa cuando la escucho, cuando me siento poeta y quiero escribir, quiero decir más bien, algo profundo, de amor, de amores, de amores, eternamente de amores, y entonces recuerdo, entonces caigo en cuenta que ya existe, que alguien dijo aquello, y cedo, me dejo ganar por las palabras de otros y mejor me pongo a oírlas, a buscar nuevas formas de decir, pero no nuevas formas mías, sino de otros, y eso está muy mal, dicen, está muy mal quedarse esperando a que alguien diga las cosas tal cual necesitas que sean dichas. Por eso lo estoy diciendo, por eso te lo cuento a ti, por eso te digo desde mi ronco pecho, sin resguardo, la historia de mi vida, como dicen los Smiths, “Call me morbid, call me pale, I’ve spent six years on your trail, six full years on your trail”, ¿te la sabes?, “and if you have five seconds to spare, then I’ll tell you the story of my life: sixteen, clumsy and shy”. Así somos todos, ¿no? ¿O a poco conoces a alguien que recuerde su adolescencia, su paso por la preparatoria o la secundaria como una etapa de gran claridad mental? Con el tiempo más bien te resignas a que así eras tú, así era tu cuerpo, tu carácter, tu pegue o falta de él. Todos los dientillos chuecos, o los pelos parados, o la cabezota en un cuerpo flaco, o la pinche grasita de bebé rollizo que no desaparece.

Muchas veces he pensado, en esas raras ocasiones en que uno suele mirar hacia adentro y trata de picturearse, que no hay persona como yo, así como yo, que hable así, que le gusten las cosas que a mí, que se atreva a hacer las cosas que a mí se me ocurren, que se estrese por la política y por las leyes y por hacer del mundo un lugar mejor, pero que se estrese de verdad, con sufrimiento, no como esos pendejos compañeros míos de la universidad que se preocupaban pero ahorita ya no se acuerdan; los hippies trasnochados fans del Che Guevara y Marcos que pasaban las horas libres levantando firmas para Amnistía y mandando mails a lo baboso para alguna campaña de Greenpeace. Y ahora ya bien bigotones y panzones, y remachadas y restiradas, o con las caderotas, dejan los focos prendidos de su casa “porque pueden”, y les vale madres el ahorro del agua y se ponen a lavar el carro con manguera y riegan la banqueta y usan el automotor de moda aunque en aquellos tiempos juraban e hiper juraban que iban a ser agentes de cambio, usuarios fieles del sistema de transporte, car pool fans y ene chingaderas más, bien arrinconadas en algún surco recóndito de la memoria; serias intenciones sucumbidas ante el encanto irresistible del poder adquisitivo y la competencia, ésa tan detestable que tenían nuestros padres entonces y nos parecía un defecto de gente adulta necesario erradicar.

Pienso que no, que no hay gente como yo, que hable con toda propiedad y de pronto se sienta incómoda y mejor diga palabrotas y comentarios vulgares, que de pronto adopte otro registro y termine hablando una mezcla entre colonia medio pelo y personaje libresco, con ese lenguaje delator, impostor hasta cierto punto, engañoso, esas palabras tan guangas, tan ajenas a la realidad, tan impropias de una mujer de treinta años como yo, con un amplio repertorio de maldiciones y groserías fuera de su hábitat natural (las groserías, se entiende), porque cualquiera creería que una mujer como yo hablaría como una profesionista promedio sin mucha cultura, con una plática deliciosa sobre trabajos y rutinas, y maquillajes, y brillitos, y los niños, y los maridos, y si quisiéramos pensar en otra circunstancia, pues entonces sería una mujer soltera muy liberada con largas y largas conversaciones obsesivas sobre pitos, fluidos, sudores, insatisfacciones sexuales, la guerra de los sexos y un arsenal mayúsculo de razones por las que sigo soltera entre las cuales resaltaría por obvia el hecho de ser inteligente, ¿no? El drama de muchas fierecillas no domadas, la historia de la princesa encantada harta de besar sapos, presa en una torre, víctima de la bruja “cacle cacle” del cuento cuya única tarea en el mundo es joderse la paz mental de nuestra lechosa, rubia, o morena a la Pocahontas, heroína del cuento. Debería estar hablando como Carrie Bradshaw, o ya mínimo como Mónica Braun: “si no eres dueña de tu cuerpo, de tu sexo y de tu placer estás, en el hoyo”, “una mujer necesita un hombre que no se sienta intimidado de una mujer liberada, un hombre con el cual el género femenino se pueda sentir débil”, or some kind of bullshit like this.

Pero no, no hay nadie como yo, así de violenta, así con todas estas ideas de violencia; los pensamientos de violencia, o más bien las fantasías violentas en las que tomo una pistola, subo a un camión de ruta y encañono al chofer a la vez que le grito, casi a punto de hacerme estallar los pulmones, cosas alusivas a todo este universo maravilloso de “me la pelas, la has de tener chiquita, puto baboso, lámeme el chocho en mis días” y así por el estilo. Y reventarme la vena saltona de la sien nomás del puro gusto de andar haciendo guato, de andarme bronqueando con la gente, ¿cómo la ves?

Pero it’s just me, I’m just obscene, como si pusieras en una probeta el desencanto, la superioridad lingüística de Morrissey al decir: “Why do I give valuable time to people who don’t care if I live or die?”, y las palabras a la cara, la saliva escupida en el rostro, las metáforas más perversas y no correctas de Eminem: “You’re a fuckin’ coke-head, slut, I hate you, I hope you fuckin’ die, I hope you get to hell and Satan sticks a needle in your eye, I hate you’re fuckin’ guts, you fuckin’ slut, I hope you die. Di-ii-ii-ii-ii-ii-ie”. Y la templanza, la convicción de 50 Cent: “Look baby this is simple, you can’t see, you fucking with me, you fucking with the P.I.M.P”. O las palabras de America Ochoa, A.k.a Ms. Krazie: “no tengo miedo de una puta niña fresa y escuchando tú mis rimas, yo, te rompen la cabeza, yo sí escribo mis canciones, no como una principiante, contéstame cabrona, es lo que quiero, adelante”.

Es como si pusieras en una probeta mucha agresividad, y mucho resentimiento, y mucha represión, y pobreza, y muchos estudios, muchos sueños, muchas posibilidades y promesas que nada más no se van a cumplir, ojete que es la vida. Pero así soy yo, la vida no es que no me importe sino que me vale madres.

Pero bueno, such is life. Cuando uno piensa: “ahorita sí le estoy atinando, me cae de a madres, a nadie se le había ocurrido esta idea”, resulta que en el fondo de una pila de libros estaba el antecedente en miles de páginas escritas en una preocupación simultánea, casi te podría decir originada por los mismos factores. O cuando dices: “te voy a contar una historia”, y piensas: “estoy segura que a nadie le había pasado esto”, y de pronto navegando en internet te encuentras a otra persona contando en un blog the same shit, la misma puta cosa, como diría Mijares: “esta misma historia continúa sólo cambia de escenario”. Y entonces sientes que el aire se va, el aliento, las fuerzas. Un golpe en la boca del estómago como patada de caballo te hace comprender que todo está dicho pero pocos nos damos cuenta, y cuando por fin cabe un poco de cordura en nuestras mentes, se nos prende el foco y pensamos: “ah, cabrón, pos sí es cierto, la onda de hoy son los escenarios”, y te sientas en frente de un buen camarada en cualquier bar de estos ni caros ni baratos, le pides que no sea culo y te piche una bebida para entrar en calor, agotan la noche con cuarenta mil anécdotas, se pican en la plática, te invita a su casa y aceptas porque no sabes dónde pasarás la noche, en un abuso necesario le vuelves a pedir una bebida para entrar en calor, te apoltronas en un puff y con aire de persona interesante te sueltas contando verdades, porque las mentiras son las verdades, y las verdades a final de cuentas resultan mentiras. O sea, la misma gata nomás que después de una buena revolcada.

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Image Credits: Quinn Dombrowski
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